Lucía Rodríguez González

miércoles, 14 de mayo de 2008

Microrrelato

¿Cuántas cosas pueden contarse en un relato de 200 palabras?



A mí, por lo general, se me queda pequeño. Pero bueno, todo es ponerse, ¿no?, y además es entretenido (aunque a veces muy cabreante cuando te sobran dos palabras pero no puedes quitar ninguna más o el relato se convertirá en un telegrama)







William



Fue el último sonido que emitió la desgastada pluma sobre la áspera superficie del pergamino. Contempló con el corazón palpitante aquel montón de papel manuscrito; su caligrafía, que había comenzado exquisita, había llegado al final descuidada y distorsionada, como un hermoso ser que muta de pronto o una niñita que, en lo que tardan en leerse unas cuantas páginas, se arruga como se marchitan las rosas. No obstante, era sencillamente perfecta. William sentía tal emoción al recordar los últimos versos, que su respiración y su pulso se agitaron y, sin querer, partió la punta de la pluma sobre el pergamino, junto a la última palabra. Aquella paz embriagaba y excitaba sus sentidos; nada importaría hasta que volviera a asomar su afilada nariz al exterior y a contemplar su pobre mundo. Se percató de que su vista se empañaba, sintió calor en los ojos y una lágrima tibia rodó libremente a lo largo de su mejilla. Elevó la mano para secársela, pero lo pensó mejor, y volvió a posarla sobre el escritorio. La lagrimita se dejó caer liviana sobre el manchón de tinta que había surgido al romperse la pluma, convirtiéndolo en la silueta de una rosa negra. Era, simplemente, perfecto.







martes, 13 de mayo de 2008

El Guardador de Rebaños


Hay metafísica bastante en no pensar nada.

¿Qué pienso yo del mundo?

¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!

Si me enfermara pensaría en eso.

¿Qué idea tengo yo de las cosas?

¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?

¿Qué es lo que he meditado sobre Dios y el alma

y sobre la creación del mundo?

No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos

y no pensar,

es correr las cortinas

de mi ventana (pero no tiene cortinas).

¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es el misterio!

El único misterio es que haya alguien que piense en el misterio.

Quien está al sol y cierra los ojos,

comienza a no saber lo que es el sol

y a pensar muchas cosas llenas de calor.

Pero si abre los ojos y ve el sol,

y ya no puede pensar en nada,

es porque la luz del sol vale más que los pensamientos

de todos los filósofos y de todos los poetas.

La luz del sol no sabe lo que hace

y por eso no se equivoca y es común y buena.

*

¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?

La de ser verdes y tener copa y ramas

y la de dar fruto en su hora, lo que no nos hace pensar,

a nosotros, que no sabemos entenderlos

¿Pero qué mejor metafísica que la de ellos

que es de no saber para qué viven

ni saber que no lo saben?

"Constitución íntima de las cosas..."

"Sentido íntimo del Universo..."

Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.

Es increíble que se pueda pensar en cosas de esas.

Es como pensar en razones y fines

cuando el comienzo de la mañana está rayando y por los lados de los árboles

un vago oro lustroso va perdiendo la oscuridad.

*

Pensar en el sentido íntimo de las cosas

es, acrecentando, como pensar en la salud

o llevar un vaso al agua de las fuentes.

El único sentido íntimo de las cosas

es que ellas no tienen sentido íntimo ninguno.

No creo en Dios porque nunca lo vi.

Si Él quisiera que yo creyera en Él,

sin duda vendría a hablar conmigo

y entraría adentro por mi puerta

diciéndome: ¡Aquí estoy!

(Esto es tal vez ridículo a los oídos

de quien, por no saber lo que es mirar las cosas,

no comprende a quien habla de ellas

con el modo de hablar que reparar en ellas enseña)

Pero si Dios es las flores y los árboles

y los montes y el sol y el luar,

entonces creo en Él.

Entonces creo en él a toda hora,

y mi vida es una oración y una misa,

y una comunión con los ojos y por los oídos.

Pero si Dios es los árboles y las flores

y los montes y el luar y el sol,

¿Para qué le llamo Dios?

Le llamo flores y árboles y montes y luar;

Porque si Él se hizo, para que yo lo vea,

sol y luar y flores y árboles y montes,

si Él se me aparece como árboles y montes

y luar y sol y flores,

es que Él quiere que yo lo conozca

como árboles y montes y flores y luar y sol.

Y por eso yo lo obedezco (¿qué más sé yo de Dios, que Dios de sí mismo?),

le obedezco viviendo, espontáneamente,

como quien abre los ojos y ve,

y le llamo luar y sol y flores y árboles y montes,

y lo amo sin pensar en Él,

y lo pienso viendo y oyendo,

y ando con Él a toda hora.

*

*

Fernando Pessoa, El Guardador de Rebaños, V