Lucía Rodríguez González

lunes, 7 de marzo de 2011

Juguetea torpemente

con el estuche de las gafas de mamá. Lleva algunos segundos intentando abrir la tapa, que funciona con pequeños imanes, y al fin lo consigue, aunque, eso sí, del revés, así que deja caer la fina mopa de color malva que había guardada dentro.

-Mamá, ¿no quieres ponerte al teléfono? Es Conchi. Anda, ponte, y le cuentas que hoy te han llevado a la peluquería y lo guapa que te han dejado.

Mi madre, su hija, le pasa el móvil. Tiene que colocárselo en el oído y decirle que diga "Hola", porque Juanita, confundida, demuestra no estar segura siquiera de cómo cogerlo. Saluda, parece que reconoce la voz, aunque no sé si realmente sabe que está hablando con su hija, más bien me decanto por el no. Ni siquiera es consciente de que esta persona que le está tendiendo el teléfono es su otra hija, que ha venido a visitarla, y por supuesto no tengo esperanzas de que sepa quién soy yo. Supongo, por su forma de mirarme, que conoce mi cara, pero no sabe por qué. Si oye mi nombre, sabe que le es enormemente familiar, pero tampoco termina de ubicarlo.

Yo simplemente me limito a estar ahí, la miro, y me siento mal por no ser capaz de darle conversación. Pero es que no sé qué decirle, de qué hablar con ella. Hace más de dos meses que, cada vez que la veo, solo puedo pensar en lo rápido que han cambiado las cosas, cosas que siempre habían sido de una manera, y que en un espacio temporal de días se dieron la vuelta de una forma radical y siniestra. Me entristece profundamente. Es como si ella no fuera ya la misma persona, la Juanita de toda la vida, la Juanita de "Modesto y Juanita". Ya no está en su casa, ya no está con Modesto. Y ella, quizás por suerte, no lo sabe.

Así que ahí estamos las tres, mirándonos unas a otras, tres generaciones de la misma familia sentadas en torno a una mesita de la cafetería, una Fanta de naranja y una Coca-Cola que compartimos mamá y yo. Ella se afana por hacer que hable, Juanita contesta sin demasiado entusiasmo y con frases muy cortas, normalmente repitiendo lo último que hayamos dicho una de las dos. Se queda con la mirada en el infinito. Me pregunto qué pasará por esa cabeza. A quién recuerda, dónde supone que está, qué edad cree que tiene ahora mismo. El otro día decía tener veintidós. Hace un par de años leí un libro de Javier Marías, "Todas las almas", del cual el personaje que más me llamó la atención era precisamente uno secundario, llamado Will, un anciano que parecía vivir en una dimensión ajena al tiempo, y que cada día se levantaba en un momento diferente de su vida. Me pregunto si a Juanita le pasará algo parecido, si es eso lo que hace el alzheimer con ellos.

Jane, uno de mis personajes, está inspirado en ella. Pero la verdad es que no se parecen prácticamente en nada. Cuanto más moldeo la personalidad de Jane, más dista de lo que fue la de Juanita. Creo que Daryl y ella son una idealización de mis abuelos, un cuento edulcorado con final feliz. Pero qué le voy a hacer... Me gustan las historias con buenos finales. Aunque hayan nacido de realidades mucho más agrias. Como decía Nietzsche, tenemos arte para no morir de la verdad.



En mi cuento, Daryl sigue estando ahí con ella, aunque nadie pueda verle.

3 comentarios:

Unknown dijo...

ya te lo habia dicho, pero repito, me gusta como escribes xDD

Seguire por estos lares leyendote^^

Asylum dijo...

jajaja gracias Sol, si por lo menos sirve para entretener a alguien... xD!!

Unknown dijo...

buuuh que tontaaa!!! xDD

ya sabes que yo te leeré... xDD al menos si me entero de tus actualizaciones... xD