El silencio era agobiante entonces. La atmósfera que reinaba en el pequeño cuartito se había vuelto en apenas unos segundos harto sofocante, y el silencio era tan pesado, tan abrumador, tan absoluto, como para tener la certeza de que algo fuera de lo común estaba sucediendo allí, aunque no lo pudiéramos ver. A la vez, algo en mi interior me impedía articular palabra, aunque sabe Dios que lo que más deseaba en aquellos instantes era precisamente hablar, romper aquella calma fría y cortante, o mejor aún, chillar, agarrar a Mario de la mano y salir junto a él de la habitación inmediatamente. Sin embargo, nada de aquello hice, y no sabría explicar el por qué. Tampoco él fue capaz de nada más que mirarme mientras ambos, respirando entrecortadamente, nos decíamos con la mirada que no deberíamos estar allí.
Fue entonces cuando algo quebró la escarcha invisible que se estaba formando en torno a nosotros. Y no fue otra cosa que el sonido inconfundible de la máquina de escribir al llegar al final de un renglón; ese tintineo que normalmente me habría resultado incluso agradable al oído, y que sin embargo me hizo saltar como movida por un resorte, al igual que a Mario, cuyos ojos pude ver dirigirse con espanto hacia la máquina en cuestión, que, aun reposando en total soledad sobre el viejo escritorio, se recolocó al principio del siguiente renglón, como si alguien la hubiera golpeado levemente para obligarla a ello y poder continuar escribiendo. Aquello claramente era más de lo que mi mente, ya exaltada antes de haber visto semejante cosa, podía soportar.
Pero, como siempre, fue él quien sacó ese maravilloso valor suyo que tantas veces nos ha sacado a flote a los dos, y lo digo con toda la intención, pues así me sentí exactamente en aquella ocasión; como si, al cogerme del antebrazo y guiarme hacia la puerta, hubiera tirado de mí hacia la superficie haciéndome emerger de un pozo o de un lago helado. Ciertamente la inercia de aquella habitación siempre ejerció mucha menos fuerza sobre él que sobre mí, que me sumergía antes de darme cuenta en una especie de sueño extraño del que luego no me resultaba tan sencillo escapar. Me apresaba, sí, eso era, algo de aquel lugar me hacía presa dentro de mí misma… aunque, por supuesto, nosotros aún no éramos plenamente conscientes de aquello.
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