Lucía Rodríguez González

martes, 20 de noviembre de 2012

La pesadilla de Ockham


Una idea, un mensaje, una emoción, se pueden transmitir de múltiples formas. Sin embargo, ya se trate de ciencia, de literatura o de arte, cuanto más concisamente es emitido, más claro lo percibe el receptor, e incluso con un nivel de impacto muy superior.

Últimamente tengo muchas pesadillas, pero no son como las de antes. El nivel de sutileza y en algunos casos de cruel brevedad que han alcanzado es sorprendente, aunque no tanto como escalofriante. El efecto es brutal. 

Un rostro llorando, sólo eso. Apenas dura un instante, pero es terrible. Sé quién es, sé por qué llora. No hay nada más. Ni un sonido, ni un color. Pero me ha hecho despertar con un terror difícil de describir acelerándome tanto el pulso que he podido ver cómo se me apretaba el corazón contra el pecho bombeandobombeandobombeando bombeando bombeando, bombeando, bombeando… Bombeando. Bombeando.

Bombeando.

Solamente ha sido un sueño, el más corto y simple de todos.

Y un rostro llorando… Sólo eso. 

No hay comentarios: