Lucía Rodríguez González

viernes, 20 de junio de 2008

A propósito de la anterior entrada...

NOTA: Antes de leer esta entrada, es necesario leer la anterior; así podréis entenderla y, además, no se os reventará el final del Relato Extraño I... jejeje...

Os parecerá raro, o demasiado "peliculero", pero esto me sucedió en septiembre del 2007, unos días antes de volver al instituto.

Este tipo de cosas te hacen pensar mucho, no sólo en estas cosas de la Filosofía tipo Matrix, planteándote si siempre serás capaz de discernir entre la vigilia y el sueño, sino también en esos temores oscuros, los más profundos, los que guardas en tu interior desde que eras casi un bebé, y que de vez en cuando vuelven a asaltarte cuando menos te lo esperas.

Yo sé muy bien quién era esa vieja, (la llamo despectivamente a propósito, porque la odio), como lo había sabido, como dije en el relato, desde el primer momento en que la percibí en el sueño.

Es la bruja, mi bruja personal, esa bruja que nació la primera vez que vi "Blancanieves", (imaginaos los años que tendrá...), y, aunque parezca bastante tonto, -incluso a mí me lo parece-, no resulta tan fácil librarse de ella, especialmente cuando jugamos en el campo del subconsciente.

En fin, afortunadamente ya no necesito esconderme cada noche, cuando mi madre me obliga a apagar la luz, debajo de las sábanas y las mantas por mucho calor que tenga, o de temer subir al trastero cada vez que tengo que hacerlo... Y, sin embargo, creo que nunca dejaré de tenerle cierta aprensión a estas situaciones... Como si la bruja, aún con esa sonrisa macabra, quisiera recordarme a veces que, aunque haya conseguido dominarla, ella permanece ahí dentro. "No me olvides", eso es lo que me dice.

Relato extraño nº 1. La vieja.

Suena el timbre de la puerta.

Su sonido me resulta especialmente molesto ahora, que había conseguido volver a conciliar el sueño después de que todos se fueran a trabajar. En un primer momento decido que no me apetece levantarme. "¡Que vuelvan más tarde, si es tan importante!". Sin embargo, lo vuelven a tocar insistentemente. Irritada, me incorporo en la cama y me quedo sentada en ella, y, mientras meto los pies en las zapatillas, percibo algo extraño muy cerca.

Mi habitación, que tiene la puerta abierta de par en par, da al pasillo que lleva al baño. El pasillo no es especialmente amplio, como tampoco lo es mi habitación, y siempre veo cuándo alguien pasa por ahí.

Se supone que estoy sola en casa hasta las dos de la tarde, por lo que se me ha cortado la respiración al ver de medio lado, mientras me agachaba sobre mis pies, una silueta pasando a paso rápido delante de mi puerta por el pasillo.
Despacio, intentando evitar hacer ruido incluso cuando inspiro y espiro, me levanto, voy de puntillas hasta mi puerta y asomo la cabeza por el pasillo.

Noto cómo se me hiela la sangre, desde los pies hasta la misma frente, cuando compruebo que efectivamente hay una persona en el baño, de espaldas a mí pero frente al espejo, y ahogo un grito de terror cuando veo reflejado en él el rostro de una anciana muy pálida y demacrada, de ojos hundidos y una sonrisa extraña, divertida, tal vez, que me devuelve la mirada desde la lisa superficie. Es una sensación horrible el sentir que estoy allí plantada, en medio del pasillo, desprotegida y de piedra, a la vez que me atraviesa el alma con esos ojos, uno, de un azul vivo terrible; el otro, de iris blanco, opaco, aunque no me atrevería a decir que ciego.

Curiosamente, desde el primer instante en que la he visto me ha inspirado un profundo miedo, un temor de esos que creía que tenía dormidos muy dentro de mí desde hacía mucho tiempo, algo que ya casi ni recordaba, como igualmente supe enseguida que no era alguien bondadoso; con sólo verla, o, quizás desde que he notado su presencia aun antes de verla, la he identificado como sobrenatural, diabólica, incluso, aunque nunca me atreva a reconocerlo ante mí misma.

No sé de dónde he sacado las fuerzas, pero resulta ser un verdadero alivio el haber chillado con todas mis fuerzas, aunque ella ni siquiera se ha inmutado, sino que ha seguido sonriéndome desde esa cara cubierta de arrugas y extrañas cicatrices similares a quemaduras, y sorprendentemente he conseguido arrancar a correr hacia fuera de la casa, salir hacia el corredor que conecta con la entrada principal y agarrar con fuerza la manilla de la puerta, abrirla con histeria para salir a la calle, y justo cuando estoy saliendo...


El perseverante sonido de nuevo. Es el timbre, llamándome lo suficientemente fuerte como para hacerme por fin abrir los ojos. Con la respiración aún agitada, compruebo que continuaba tumbada en la cama, arropada hasta el cuello. Había tenido sueños raros, pero ninguno similar a éste; tan real, que no había logrado distinguir entre la vigilia y la horrenda pesadilla. En ningún momento me había levantado tras escuchar los timbrazos, sino que únicamente habían llegado hasta mis oídos mientras dormía y me he imaginado todo lo demás.

Sonriendo, por un lado riéndome de mí misma y por el otro interiormente agradecida por haber despertado, me levanto y salgo al pasillo. Instintivamente echo un vistazo rápido hacia la izquierda, hacia el baño, porque todavía tenía una extraña sensación, pero, tal y como esperaba, allí no hay nadie. Salgo, abro la puerta tal y como hacía unos segundos lo había hecho, y...

Trato de gritar, pues me hubiera desgarrado la garganta con tal de haber podido emitir algún sonido, y sin embargo, esto es demasiado ya para mí. Ahí, ante mí, está la vieja, sonriéndome igual que hacía un momento en el sueño.

Cierro la puerta bruscamente y con toda la fuerza de que soy capaz, según me ha parecido, justo contra su cara, que tanto miedo me dá.



¡¡¡¡¡DIIIINGGG-DOOONG!!!!!


¿¡Pero qué...!?

Esta vez sí, me levanto de un salto. ¿Será posible que aún estaba durmiendo en mi cama? Miro a un lado y a otro, palpo las sábanas, mi pelo, mi cara, el suelo. ¿Estoy soñando ahora también, o por fin me he despertado de verdad? Esto empieza a asustarme. ¿Acaso me he convertido en una desequilibrada mental -más aún, quiero decir*-?

La persona que estaba afuera se ha cansado de tocar al timbre y ha decidido empezar a golpear la puerta. Me levanto, sin tomarme siquiera la molestia de ponerme las zapatillas, y lo primero que hago es dirigirme hacia el baño. Lo escudriño todo, incluso el interior de la bañera, y no salgo al pasillo hasta haberme asegurado de que nadie hay ahí.

De camino hasta la entrada, no hago más que mirar de un lado a otro, con nerviosismo. Cuando me encuentro frente a la puerta, espero unos segundos antes de extender la mano y atreverme a abrir.

Finalmente lo hago, en un gesto rápido y preparándome por si tengo que echar a correr, y a quien encuentro en el porche es a uno de los hombres del pueblo, de edad ya avanzada, con su camisa blanca remangada hasta los codos, su pantalón azul y sus botas llenas de barro, que me observa confundido ante mi reacción por debajo del ala de su sombrerito amarillo de paja.

Tartamudeando y ciertamente avergonzada, le saludo y él me tiende una bolsa repleta de lechugas, un detalle que se le ha ocurrido traernos ahora que volvía de su huerto, y le doy las gracias sonriendo e intentando ser todo lo agradable que puedo. Cuando se ha marchado, cierro la puerta y dejo la bolsa en la encimera de la cocina, sintiéndome totalmente estúpida.

No obstante... Todavía sigo esperando un nuevo timbrazo que me saque otra vez de mis pensamientos.



(*) Siempre es necesario algún pequeño toque de humor, ¿no?

miércoles, 14 de mayo de 2008

Microrrelato

¿Cuántas cosas pueden contarse en un relato de 200 palabras?



A mí, por lo general, se me queda pequeño. Pero bueno, todo es ponerse, ¿no?, y además es entretenido (aunque a veces muy cabreante cuando te sobran dos palabras pero no puedes quitar ninguna más o el relato se convertirá en un telegrama)







William



Fue el último sonido que emitió la desgastada pluma sobre la áspera superficie del pergamino. Contempló con el corazón palpitante aquel montón de papel manuscrito; su caligrafía, que había comenzado exquisita, había llegado al final descuidada y distorsionada, como un hermoso ser que muta de pronto o una niñita que, en lo que tardan en leerse unas cuantas páginas, se arruga como se marchitan las rosas. No obstante, era sencillamente perfecta. William sentía tal emoción al recordar los últimos versos, que su respiración y su pulso se agitaron y, sin querer, partió la punta de la pluma sobre el pergamino, junto a la última palabra. Aquella paz embriagaba y excitaba sus sentidos; nada importaría hasta que volviera a asomar su afilada nariz al exterior y a contemplar su pobre mundo. Se percató de que su vista se empañaba, sintió calor en los ojos y una lágrima tibia rodó libremente a lo largo de su mejilla. Elevó la mano para secársela, pero lo pensó mejor, y volvió a posarla sobre el escritorio. La lagrimita se dejó caer liviana sobre el manchón de tinta que había surgido al romperse la pluma, convirtiéndolo en la silueta de una rosa negra. Era, simplemente, perfecto.







martes, 13 de mayo de 2008

El Guardador de Rebaños


Hay metafísica bastante en no pensar nada.

¿Qué pienso yo del mundo?

¡Qué sé yo lo que pienso del mundo!

Si me enfermara pensaría en eso.

¿Qué idea tengo yo de las cosas?

¿Qué opinión tengo sobre las causas y los efectos?

¿Qué es lo que he meditado sobre Dios y el alma

y sobre la creación del mundo?

No sé. Para mí pensar en eso es cerrar los ojos

y no pensar,

es correr las cortinas

de mi ventana (pero no tiene cortinas).

¿El misterio de las cosas? ¡Qué sé yo lo que es el misterio!

El único misterio es que haya alguien que piense en el misterio.

Quien está al sol y cierra los ojos,

comienza a no saber lo que es el sol

y a pensar muchas cosas llenas de calor.

Pero si abre los ojos y ve el sol,

y ya no puede pensar en nada,

es porque la luz del sol vale más que los pensamientos

de todos los filósofos y de todos los poetas.

La luz del sol no sabe lo que hace

y por eso no se equivoca y es común y buena.

*

¿Metafísica? ¿Qué metafísica tienen aquellos árboles?

La de ser verdes y tener copa y ramas

y la de dar fruto en su hora, lo que no nos hace pensar,

a nosotros, que no sabemos entenderlos

¿Pero qué mejor metafísica que la de ellos

que es de no saber para qué viven

ni saber que no lo saben?

"Constitución íntima de las cosas..."

"Sentido íntimo del Universo..."

Todo esto es falso, todo esto no quiere decir nada.

Es increíble que se pueda pensar en cosas de esas.

Es como pensar en razones y fines

cuando el comienzo de la mañana está rayando y por los lados de los árboles

un vago oro lustroso va perdiendo la oscuridad.

*

Pensar en el sentido íntimo de las cosas

es, acrecentando, como pensar en la salud

o llevar un vaso al agua de las fuentes.

El único sentido íntimo de las cosas

es que ellas no tienen sentido íntimo ninguno.

No creo en Dios porque nunca lo vi.

Si Él quisiera que yo creyera en Él,

sin duda vendría a hablar conmigo

y entraría adentro por mi puerta

diciéndome: ¡Aquí estoy!

(Esto es tal vez ridículo a los oídos

de quien, por no saber lo que es mirar las cosas,

no comprende a quien habla de ellas

con el modo de hablar que reparar en ellas enseña)

Pero si Dios es las flores y los árboles

y los montes y el sol y el luar,

entonces creo en Él.

Entonces creo en él a toda hora,

y mi vida es una oración y una misa,

y una comunión con los ojos y por los oídos.

Pero si Dios es los árboles y las flores

y los montes y el luar y el sol,

¿Para qué le llamo Dios?

Le llamo flores y árboles y montes y luar;

Porque si Él se hizo, para que yo lo vea,

sol y luar y flores y árboles y montes,

si Él se me aparece como árboles y montes

y luar y sol y flores,

es que Él quiere que yo lo conozca

como árboles y montes y flores y luar y sol.

Y por eso yo lo obedezco (¿qué más sé yo de Dios, que Dios de sí mismo?),

le obedezco viviendo, espontáneamente,

como quien abre los ojos y ve,

y le llamo luar y sol y flores y árboles y montes,

y lo amo sin pensar en Él,

y lo pienso viendo y oyendo,

y ando con Él a toda hora.

*

*

Fernando Pessoa, El Guardador de Rebaños, V









miércoles, 23 de abril de 2008

Estela

Este relato lo escribimos hace tres días Alex, Edu y yo en un autobús, mientras volvíamos de Valencia. Cada cual escribió una parte sin comentar con los demás a qué se refería; después nos pasábamos el cuaderno, y el siguiente, para seguir el relato, hacía su propia interpretación del escrito anterior y a partir de ella elaboraba la continuación.
*
Pues bien, esto es lo que salió.
*
*
*
Estela
*
Se alejaba. Se moría lentamente. Mirando al horizonte (si es que tal cosa existe) consiguió intuir su forma cambiante en la lejanía. Parecía distinta, extraña, como si no fuera la misma que hace tan poco estaba junto a él. Como si el tiempo, o tal vez la distancia (o tal vez ambos: no se podía realizar un adecuado control de las variables) diluyeran su verdadero ser y lo modificaran.
*
Dejó de mirar atrás. Miró al frente.
*
Todo era confuso y sin puntos de referencia, aunque no hubiera sabido decir qué era todo. ¿Y? Así nunca moriría, era la angustia de lo ingrávido. Y lo comprendió: una putada. Esa mirada a lo desconocido, como con inocencia, la inocencia de los que han olvidado todo o todavía no tienen algo que olvidar, lo decidió todo.
*
– ¡No!
*
Rompió los espejos enfrentados, y supo que esa reminiscencia seguiría ahí, una estela a la que podría recurrir, pero en ese momento importaba más el vacío por llenar.
*
Cerró los ojos muy fuerte, esperó, viendo los trocitos de cristal roto a su alrededor, y los abrió muy poco a poco.
*
Oscuras gotas de sangre caliente se deslizaban perezosas a lo largo de lo que quedaba de cristal, e inconscientemente le recordaron a sí mismo: moviéndose entre dos paredes, la indecisión y el miedo, cada vez más cercanas entre sí a medida que se cernían sobre él impidiéndole respirar. Y también esas gotas, esos seres aparentemente inertes que pasaban por la fría superficie por un solo instante dejaban sus propias estelas; llegadas al abismo, una tras otra caían para dejar de formar parte de la homogeneidad del espejo roto. ¿Y acaso podía luchar él contra esa inercia que le empujaba hacia lo que nunca había visto? ¿Era tan distinto de ellas?
*
Caería por el cristal, sí, lo sabía. Pero sobre él quedaría algo, una marca, una mancha, una estela.
*
Lo colorearía.

martes, 22 de abril de 2008

Primer mensaje en una botella

¡Hola!
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La verdad... No sé cómo empezar. ¿Qué se dice al principio de todo?
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Supongo que, simplemente, "¡Hola!".
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No estoy tampoco muy segura de lo que saldrá de aquí, ni de si podré actualizarlo a menudo (este parece ser el típico propósito que hacemos todos al empezar un blog o similares, ¿verdad?), pero, en cualquier caso, espero entretenerme con ello aunque sólo sea alguna vez. Y también que no resulte demasiado pesado... (si alguien lo lee).
***
Visto así, esto es algo parecido a escribir un mensaje para después meterlo en una botella y echarla al mar. Quizás alguien lo lea, puede que incluso más de una persona, o tal vez nadie pase los ojos jamás por esas líneas... Acabo de escribir el título de esta entrada, porque hasta ahora no lo tenía.
***
En fin, creo que ya la he terminado.
Iba a incluir otra cosa en esta primera entrada, pero creo que será mejor ponerlo en la siguiente.
¡Deseadme suerte con mi Caja de Música! ^^