Lucía Rodríguez González

martes, 13 de diciembre de 2011

A mi abuelo.

[ Escrito en abril del año 2005. ] 


“La vida es un sueño para los que saben vivirla, una carga para los que sufren y un rompecabezas para quienes intentan comprenderla”.

Es un enunciado precioso, (de otra forma nunca lo hubiera escrito aquí), y que, si piensan en ello, tiene sentido. Y les diré que, aunque consigan comprender esa extraña frase que una vez se le ocurrió a una niña mirando las montañas, no lograrán explicarse qué es exactamente la vida. ¿Un regalo? ¿Casualidad? ¿Ciencia o religión? En estas cosas pienso algunas noches, en medio de la densa oscuridad, arropada hasta las cejas, pero con los ojos muy abiertos. Y recuerdo.

Una vez, cuando era aún demasiado pequeña para comprenderlo, le pregunté a mi abuelo si estaba triste por ser viejo y arrugado. Y él me contestó así: “Un día, saldrás por la noche al balcón de una casa silenciosa, y mirarás a los ojos de la luna extrañando tu niñez; entonces, te verás galopando sobre los caballos del viento, sobre montañas plateadas, y escucharás el llanto de los árboles condenados a morir; te encontrarás paseando por los cabellos del mar, azules y verdes como si de zafiros y esmeraldas se tratara; Llegarás a su frente dorada, y rozarán tus pies las saladas canas de la mar, que son la espuma.
Mirarás a ambos lados, y sus olas arrastrarán los sueños de la juventud. Abrazarás al anaranjado desierto en la hora de más calor, sintiendo la brisa fresca de los días de nieve en tus mejillas. Y nadando por un haz de luz blanca de luna, sumida en la más dulce tranquilidad, escucharás el horrible canto de la melancolía alejarse; mirarás a los ojos de la luna, incluso sin abrir los tuyos, y regresarás a tu balcón, en medio de un plácido silencio que sale de todas partes y de ninguna. Entonces, pequeña, comprenderás que no cabe la tristeza en ese océano de maravillosos recuerdos. Así como que la vejez no es la última etapa de tu vida, sino la prueba de si has sabido vivirla”.

¿Saben qué? Creo que mi abuelo era un genio. Y lo mejor es que tenía razón: la vida es una aventura que se acaba, y debes decidir cómo vivirla. ¿Por qué no convertirla en el más hermoso de los sueños?


Sólo guardo buenos recuerdos. Pensar en ti es recordar muchas y auténticas risas, chistes, juegos, cuentos, canciones, paseos. Ávila. La feria. Riatas. Serranillos. La Paparrasolla. La manada de cerdos volando de flor en flor. Las mañanitas que cantaba el rey David. Todo va siempre conmigo.

A mi abuelo Modesto, que me quiso tanto, y que siempre, siempre tuvo una sonrisa para mí.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Existen lugares

en los que la mirada se confunde con el recuerdo,
lugares en los que se nos devuelven, como depósitos de viejas alegrías, sensaciones que ya creíamos olvidadas.

Su olor, el tacto de su suelo y de su brisa, el sonido de su entorno.

Todo ello junto hunde muy profundo sus raíces en la memoria, haciendo aflorar destellos... Destellos de nostalgia, de sonrisas escondidas, de vida.

Vida...













Siempre existirán estos lugares, impresos en la mente y en los sueños de lo vivido. Son el equilibrio de los malos recuerdos.

Sí, también habrá siempre memorias tristes. Pero mucho más triste aún sería el olvido.

lunes, 17 de octubre de 2011

Mía es la voz.



Hermano, tuya es la hacienda, la casa, el caballo y la pistola
Mía es la voz antigua de la tierra
Tú te quedas con todo y me dejas desnudo y errante por el mundo
Mas yo te dejo mudo, mudo
¿Y cómo vas a recoger el trigo y a alimentar el fuego si yo me llevo la canción?


León Felipe

lunes, 26 de septiembre de 2011

Alzheimer.

            Hace mucho calor. Me gusta más el aire fresco de la sierra, la brisa otoñal del pueblo. Qué limpia está la ventana. Parece agua. Río. Padre a veces va a pescar… luego cenamos truchas. ¿Qué casas son esas que veo a través del cristal? No las conozco. No son como las otras del pueblo. Se lo comento al anciano que está sentado a mi lado. Él asiente… No diviso el campo. ¿Estará detrás de esas casas? Tengo calor… Está anocheciendo. Y yo no estoy en casa. ¿Dónde está madre? Debe estar ya preparando la cena… el anciano me acaricia el pelo. Quizás se siente solo. Yo no puedo quedarme más, madre me está esperando en mi casa. Se lo explico a él, y me responde en tono cansino, pero con dulzura.

-Estás en tu casa. Tu madre no te espera. Pero aquí tienes a tus hijos, míralos, han venido a verte.

            Él señala a tres hombres, todos de mediana edad, sentados junto a nosotros, que  nos están mirando. Los conozco. Mucho. Los quiero. Pero yo no tengo hijos. Ni siquiera estoy casada todavía. Miro al anciano para decírselo, y entonces reconozco en su rostro sus ojos pardos, su sonrisa. Sé quién es. Anoche bailó conmigo. Pero anoche era joven y bien parecido. Miro a los otros. Se le parecen.

            Y entonces lo entiendo. Anoche, al acostarme, les pedí un deseo a las estrellas: compartir mi vida con ese joven. Es magia. Y les regalo a todos la más feliz de mis sonrisas.





(...A mis abuelos.)

viernes, 26 de agosto de 2011

Desde la cárcel del tiempo (fragmento)

El silencio era agobiante entonces. La atmósfera que reinaba en el pequeño cuartito se había vuelto en apenas unos segundos harto sofocante, y el silencio era tan pesado, tan abrumador, tan absoluto, como para tener la certeza de que algo fuera de lo común estaba sucediendo allí, aunque no lo pudiéramos ver. A la vez, algo en mi interior me impedía articular palabra, aunque sabe Dios que lo que más deseaba en aquellos instantes era precisamente hablar, romper aquella calma fría y cortante, o mejor aún, chillar, agarrar a Mario de la mano y salir junto a él de la habitación inmediatamente. Sin embargo, nada de aquello hice, y no sabría explicar el por qué. Tampoco él fue capaz de nada más que mirarme mientras ambos, respirando entrecortadamente, nos decíamos con la mirada que no deberíamos estar allí.

Fue entonces cuando algo quebró la escarcha invisible que se estaba formando en torno a nosotros. Y no fue otra cosa que el sonido inconfundible de la máquina de escribir al llegar al final de un renglón; ese tintineo que normalmente me habría resultado incluso agradable al oído, y que sin embargo me hizo saltar como movida por un resorte, al igual que a Mario, cuyos ojos pude ver dirigirse con espanto hacia la máquina en cuestión, que, aun reposando en total soledad sobre el viejo escritorio, se recolocó al principio del siguiente renglón, como si alguien la hubiera golpeado levemente para obligarla a ello y poder continuar escribiendo. Aquello claramente era más de lo que mi mente, ya exaltada antes de haber visto semejante cosa, podía soportar.

Pero, como siempre, fue él quien sacó ese maravilloso valor suyo que tantas veces nos ha sacado a flote a los dos, y lo digo con toda la intención, pues así me sentí exactamente en aquella ocasión; como si, al cogerme del antebrazo y guiarme hacia la puerta, hubiera tirado de mí hacia la superficie haciéndome emerger de un pozo o de un lago helado. Ciertamente la inercia de aquella habitación siempre ejerció mucha menos fuerza sobre él que sobre mí, que me sumergía antes de darme cuenta en una especie de sueño extraño del que luego no me resultaba tan sencillo escapar. Me apresaba, sí, eso era, algo de aquel lugar me hacía presa dentro de mí misma… aunque, por supuesto, nosotros aún no éramos plenamente conscientes de aquello.

sábado, 30 de julio de 2011

De cuentos

-          Surgen solos, sin pensarlo.
-          ¿En serio? Es difícil de concebir. ¿Cómo pueden nacer por sí solos, inventarse a sí mismos?
-          Bueno… no lo sé. Tampoco estoy segura de que sea exactamente eso. No… la verdad es que cuesta imaginarse que puedan aparecer sin más de la nada.
-          ¿Entonces? Creí que era eso lo que estabas diciendo.
-          No, no… verás, simplemente, están ahí. Están ahí, en mi cabeza, en la tuya, en la de cualquiera que piense en ellos, incluso… claro, ¿por qué no?, también en las de aquéllos que ya no piensan, o que nunca lo han hecho, o que nunca tuvieron la suficiente imaginación. Pero existen, los cuentos están ahí, es como su limbo, ¿entiendes?, esperando a que alguien les dé forma, los cuente o los escriba, o ambas cosas. Y entonces es cuando realmente nacen.
-          Así que es… ¿como un río, por ejemplo?
-          ¿Un río? Sí… sí, es un buen paralelismo. Un río que siempre está ahí, fluyendo, hasta que alguien se acerca a la orilla con un vaso y se atreve a coger de él un poco de agua y beberla.
-          Eso es muy romántico. Muy becqueriano.
-          Probablemente lo sea.
-          Nunca me había parecida lógica esa idea. Nunca había podido creérmelo.
-          Ya. Ni yo tampoco. Bueno… hasta ahora, claro.


martes, 26 de julio de 2011

Las arenas del tiempo

Una por otra. Día tras día. Un disgusto, una carcajada. Y la vida siempre, siempre continúa.

No importa lo que pase; lo escalofriante o lo maravilloso que sea un acontecimiento, que le ocurra a una sola persona o a millones de ellas, el ruido que haga, el silencio que deje, las lágrimas o las sonrisas que nos cueste. Porque todo sin excepción seguirá el curso del tiempo, y empiezo a creer que sus aguas son capaces de arrastrarlo todo, o al menos sí de erosionarlo.

¿Triste? Bueno... lo dudo. No siempre es triste olvidar. Y nunca lo es recibir las cosas nuevas, ya buenas o malas, si nos empeñamos, como buenos seres humanos que somos, en clasificarlas de ese modo. Simplemente es así. Y seguramente lo sea por algo.

Una por otra. Día tras día.

Aunque sea conveniente tener presente también el pasado [ :) ], la vida es demasiado emocionante como para pasársela contemplando huellas.

Un disgusto, una carcajada.

Y tengo que decir que a lo largo del día son muchas, muchísimas más las carcajadas que los disgustos.
Hace un par de días me desperté a mí misma riéndome en sueños.

Y la vida siempre, siempre continúa.



<< The sands of time were eroded by the river of constant change >> (Genesis, Firth of Fifth)

miércoles, 22 de junio de 2011

Libre.

Creo que hacía más de un año y medio que no me sentía así al pasear por Salamanca en una noche de verano. Con esta paz, con esta alegría, con este alivio.

Lo único que lamento es haberme dado cuenta ahora. Pero es igual. Ningún tiempo es del todo perdido. Al fin he vuelto a donde empecé esta etapa de mi vida, y he descubierto que vuelvo a sentirme igual de bien, igual de viva, de inexperta, de ansiosa por redescubrirlo todo de nuevo. Incluso mejor todavía, pues ahora tengo a muchas más almas a las que querer.
Esta noche he buscado entre las luces y las sombras de la ciudad algún rastro de rencor, incluso de auténtica tristeza, de esa melancolía lúgubre, pesada, que me ha dejado como  huella esta sonrisa gris en la cara durante tantos meses. Y no lo he encontrado.

Lo único que veo ahora es todo lo que viene. Y es vida. Lo que aún no conozco. Lo mejor todavía no ha llegado. Como cuando llegué por primera vez a tierras salmantinas para quedarme.

Me he sentido muy joven. Era esto, solo esto, lo que tenía que pasar.

Soy libre. Y mejor aún. Soy feliz.

viernes, 17 de junio de 2011

Parábola


Érase de un marinero que hizo un jardín junto al mar,
y se metió a jardinero.

Estaba el jardín en flor, y el marinero se fue
por esos mares de Dios.



(Antonio Machado)

viernes, 6 de mayo de 2011

Pido la Paz y la Palabra (Blas de Otero)

Escribo
en defensa del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.

miércoles, 13 de abril de 2011

Palabras de Caramelo, a un amigo

del que me acuerdo cada vez que el título de las cosas que escribo es la primera frase de las mismas.

Un amigo al que conocí hace ocho años, gracias a un libro muy dulce (y no sólo por el título),
un cuento precioso que hablaba del desierto y sus gentes, de un niño poeta, del Sol y la Luna, de camellos. De camellos color caramelo. : )

Pues sí, un amigo; un amigo a través de los libros y del tiempo.



Imagen:



lunes, 7 de marzo de 2011

Juguetea torpemente

con el estuche de las gafas de mamá. Lleva algunos segundos intentando abrir la tapa, que funciona con pequeños imanes, y al fin lo consigue, aunque, eso sí, del revés, así que deja caer la fina mopa de color malva que había guardada dentro.

-Mamá, ¿no quieres ponerte al teléfono? Es Conchi. Anda, ponte, y le cuentas que hoy te han llevado a la peluquería y lo guapa que te han dejado.

Mi madre, su hija, le pasa el móvil. Tiene que colocárselo en el oído y decirle que diga "Hola", porque Juanita, confundida, demuestra no estar segura siquiera de cómo cogerlo. Saluda, parece que reconoce la voz, aunque no sé si realmente sabe que está hablando con su hija, más bien me decanto por el no. Ni siquiera es consciente de que esta persona que le está tendiendo el teléfono es su otra hija, que ha venido a visitarla, y por supuesto no tengo esperanzas de que sepa quién soy yo. Supongo, por su forma de mirarme, que conoce mi cara, pero no sabe por qué. Si oye mi nombre, sabe que le es enormemente familiar, pero tampoco termina de ubicarlo.

Yo simplemente me limito a estar ahí, la miro, y me siento mal por no ser capaz de darle conversación. Pero es que no sé qué decirle, de qué hablar con ella. Hace más de dos meses que, cada vez que la veo, solo puedo pensar en lo rápido que han cambiado las cosas, cosas que siempre habían sido de una manera, y que en un espacio temporal de días se dieron la vuelta de una forma radical y siniestra. Me entristece profundamente. Es como si ella no fuera ya la misma persona, la Juanita de toda la vida, la Juanita de "Modesto y Juanita". Ya no está en su casa, ya no está con Modesto. Y ella, quizás por suerte, no lo sabe.

Así que ahí estamos las tres, mirándonos unas a otras, tres generaciones de la misma familia sentadas en torno a una mesita de la cafetería, una Fanta de naranja y una Coca-Cola que compartimos mamá y yo. Ella se afana por hacer que hable, Juanita contesta sin demasiado entusiasmo y con frases muy cortas, normalmente repitiendo lo último que hayamos dicho una de las dos. Se queda con la mirada en el infinito. Me pregunto qué pasará por esa cabeza. A quién recuerda, dónde supone que está, qué edad cree que tiene ahora mismo. El otro día decía tener veintidós. Hace un par de años leí un libro de Javier Marías, "Todas las almas", del cual el personaje que más me llamó la atención era precisamente uno secundario, llamado Will, un anciano que parecía vivir en una dimensión ajena al tiempo, y que cada día se levantaba en un momento diferente de su vida. Me pregunto si a Juanita le pasará algo parecido, si es eso lo que hace el alzheimer con ellos.

Jane, uno de mis personajes, está inspirado en ella. Pero la verdad es que no se parecen prácticamente en nada. Cuanto más moldeo la personalidad de Jane, más dista de lo que fue la de Juanita. Creo que Daryl y ella son una idealización de mis abuelos, un cuento edulcorado con final feliz. Pero qué le voy a hacer... Me gustan las historias con buenos finales. Aunque hayan nacido de realidades mucho más agrias. Como decía Nietzsche, tenemos arte para no morir de la verdad.



En mi cuento, Daryl sigue estando ahí con ella, aunque nadie pueda verle.

martes, 15 de febrero de 2011

Lo que conté una vez, micrófono en mano, hace hoy dos años.


Quizás podría haber escrito un sinfín de cosas bonitas, pero no quise hacerlo.

Podría incluso buscar ahora mismo las palabras más bellas que conozca, sí, las más conmovedoras, y, sin embargo, no voy a hacerlo.

Podría tratar de describir el azote agudo del miedo y la áspera voz de la metralla, resquebrajando el silencio suave que llega con la noche.
Intentaría imaginar cómo se siente el soldadito que permanece firme en su puesto, sosteniendo entre sus dedos la muerte, notando de pronto entumecidas las piernas al ver su propia angustia reflejada en ese espejo humano que es el enemigo. De lo bien que a los dos les enseñaron a odiar a quienes nunca han visto, y de cómo el cielo se tapa la cara con sus dedos de algodón para no verles caer, mientras llora.

Tal vez sería capaz de explicar por qué permanece eternamente quieta esa estatua en la que nos hemos convertido, que lleva tanto tiempo sentada que sus articulaciones se han atrofiado, y el musgo y la hiedra cubren hoy sus ojos y sus oídos, dejando tan solo a la vista unos labios pegados, en una mueca de inerte indiferencia.


Sin embargo, no voy a hacerlo.

Basta, basta ya de palabras vacías.


Porque la guerra la llevan a cabo los que luchan y la respaldan quienes se sientan y la contemplan callando.

Demasiadas cosas se han dicho ya de la paz.

¿Cuándo será el momento en que, además de hablar, nos levantemos,

y hagamos algo?

domingo, 13 de febrero de 2011

Desorden mental


Ayer encontraron una felicitación que te regalé en 1995. ¿O era del 94? Uno de esos dos años, de eso estoy segura. Por supuesto yo no me acordaba de tal cosa, pero cuando papá me la ha enseñado... No sé.

¿Sabes? No hago más que darle vueltas a "El Presente" (y al presente también). Te gustó mucho, lo sé. Y te aseguro que me hizo muchísima ilusión que me llamaras expresamente para decírmelo, para preguntarme cómo se me había ocurrido crear un personaje tan malintencionado como el padre de la pobre Sara, para contarme que lo habías leído ya varias veces y que seguirías haciéndolo porque no te cansaba nunca.

Yo sé que no era para tanto. Sé que de no haberlo escrito yo, seguramente te habría gustado mucho menos. Pero eso no me desanima. Lo cierto es que me alegra aún más. Supongo que es porque me importa más el cariño con el que pasaras los ojos sobre esas líneas que la calidad real de un relatillo que, la verdad, no vale mucho. Y solo lamento no haberte escrito muchos, muchísimos más. Y, sobre todo, siento muchísimo no haber escrito La Paparrasolla hace meses. Creo que pensar en que debía darme prisa con ese cuento me daba miedo.

Pero igualmente, quiero terminarlo. O empezarlo de nuevo. Porque todo lo que escriba en adelante, valga más o menos, sea mucho o poco (que, teniendo en cuenta lo perezosa que soy, será más bien poco), será también tuyo, y en cierta manera pensando en tus ojos recorriendo esas líneas, como te imaginé leyendo El Presente.

Todo esto no tiene mucho sentido, está escrito desordenadamente, sin tino. Tampoco me importa. Es... según lo voy pensando. Pero me apetecía decirte estas cosas.

No solo lo ha desatado esa felicitación. Era un pececito coloreado por una niña de tres o cuatro años, el papel estaba amarillento, los colores seguramente mucho menos vivos que cuando te lo llevara. Pero ahí lo tenías. Yo quería hablarte desde hacía mucho, pero hoy... ese pececillo me ha empujado definitivamente a soltar toda esta parrafada estúpida, aquí mismo, porque sí, porque al fin y al cabo, esto no lo lee nadie.

Y es así como acabo de ordenar las ideas. Siempre te ha encantado cualquier minucia que yo hubiera hecho, y lo has guardado y valorado como un tesorillo. No importaba que fuera un pez mal pintado, unos dibujillos hechos a lápiz en alguna sobremesa en que me aburriera, una canción o un relato sobre lo que es el tiempo. Y es que es eso, éso, por encima de todo, lo que me alienta a no dejarlo nunca del todo.

Quiero que sepas que yo también lo tengo todo bien guardado, justo aquí, en mi cabezota, y aquí, en el corazón. Los paseos a Riatas, las risas de que siempre fuera por delante "la andarina", el pez llamado Bella, la emoción de que llegaras a casa, desde los tiempos de Prado Sancho hasta los de Lanzahíta y los del piso nuevo de Ávila. Cuando jugábamos en los bancos de piedra de... ¿era San Andrés?... y la manada de cerdos volando de flor en flor... y el hombre que tiene más ojos que días tiene el año...

En definitiva, tú.

Creo que nunca había deseado tanto que Parménides tuviera razón.

Gracias. Acabaré esa Paparrasolla.

martes, 11 de enero de 2011

Un año,

doce meses, 365 días, 8.760 horas atrás...

Un terremoto en Haití de 7 grados en la escala de Richter...
Los puertos de Menga y El Pico blancos de nieve, de hielo y de niebla,
una de las imágenes más bonitas, más dulces, que he visto en años...
Ilusión, (¡tanta!), incluso mientras recogía los adornos que había dejado puestos en la habitación de la residencia tres semanas atrás...
Inspección policial, con perros incluidos, ("¡Las manos fuera de los bolsillos!"), justamente en el bus que cogimos al volver de ver Avatar en El Tormes...

Un año...

... Desde aquellas horas, siempre demasiado pocas, lidiando con el Perigordiense, Chatelperroniense, Gravetiense, Solutrense, Magdaleniense... Y todos los demás "-ienses", anteriores y posteriores, y todas sus malditas facies en cada una de las malditas regiones de la maldita porción del planeta (ya entonces demasiado amplia) ocupada por la maldita humanidad...

... Y el estrés...

...¡Qué estrés! ...

... Pero qué emocionante todo. La vida, qué emocionante.

... Y qué vueltas.

Hoy no había ni pizca de nieve,

pero aún así el Valle estaba precioso: toda la lluvia que le ha caído en estos meses lo está haciendo reverdecer y brillar otra vez,
y su vista sigue siendo capaz de iluminarle a uno la cara,a pesar de las cicatrices del incendio.

Hace un año, volvía con uno más.

Hoy vuelvo con dos menos, y la maleta cargada de grandes intenciones.